19 S 19

Ayer cruzaba por Cervantes a un costado del Soumaya para volver a la oficina. Levanté la vista y vi los tonos azul marino por ahí detrás de los grandes edificios que compiten en altura y poder marcando cual bandera de explorador en la cima de las montañas rectas de cristal-paredes-ventanas. Recordé cómo hacía meses sentía la imponencia de tantos imperios conglomerados en apenas unos metros, hacía parecer más importante aun lo que me jugaba en las entrevistas. Ayer pensaba que sí muy bonito pero que lo mejor era huir temprano para evitar la tormenta. Hoy, al salir del edificio durante el simulacro, me pregunté si en una emergencia me gustaría ser aplastada por Nestlé, Colgate, GM, Júmex o Bayer.

Sopesando si sería mejor quedar bajo los logos o entre escombros random para tratar de ser encontrada o al menos merecer una foto dramática bajo el logo del diario Metro —Colgate apaga sonrisas, diría un titular—, mis compañeras de fila platicaban sus anécdotas de los últimos terremotos, las imprudencias de los confiados en los simulacros, que el chavo que nos dio el curso de protección civil la semana pasada estaría tomando fotos para regañarnos después. Detrás de la fila encabezada por un godín en chaleco fosforescente y con letrero en mano que decía Piso 15 apareció un ejemplar de la vía pública libre de los códigos de emergencia. Churros a dieeez, churros a dieeez. Pal susto, digo en voz alta y no falta quien sí puso atención a la capacitación que diga que no tenemos permitido comer. ¿Ni en simulacros ni en un temblor de verdad? Nada. Nos multan. Y pienso que además de librarte de los impuestos, las multas se le resbalan a los más estratégicos vendedores ambulantes.

Sigue la plática aumentando el barullo de voces ociosas que llena la calle. Que tampoco podemos hablar por teléfono. Ay ajá, si ya veo a las señoras siguiendo las normas y no tratar de localizar a sus hijos en medio del desastre, a los millennials sin abrir Twitter para saber cuántos grados fueron y dónde se cayeron edificios, a los godinez quejándose porque se cayó la red y no están recibiendo correos. ¿Les puedo dejar una tarjeta?, dice una con un bonche en la mano, es de un seguro de gastos médicos. ¡No! decimos al mismo tiempo. ¿Qué no ve que Protección Civil nos multa por todo?, pienso, ¿qué clase de empresa tan astuta coloca a propósito un nuevo punto de promoción en Godilandia en medio simulacro? No si el que no vende es porque no quiere.

Son las 10.30 a.m. y el tren (porque sí, pasa el tren) anuncia su paso de manera un poco más escandalosa de lo normal. No alcanzo a ver, ni me puedo mover de la fila, pero parece que las filas de godinez obstruyen las vías. ¿Qué el tren no se para, no hace simulacro? “Porque Ferromex nunca para”, dice una compañera con la voz de los anuncios del cine. Todos soltamos la carcajada.

Regresamos por la escalera de emergencia. Gracias a dios es el piso uno. Los que olvidaron su credencial serán regañados, seguro. Los demás (a quienes nos recordaron unos minutos antes), volvemos a paliar los recuerdos con la rutina, a rezar porque acabe el 19 de septiembre sin temblorinas, a pensar que las placas se ajustan a nuestros calendarios.

 

Para ver la crónica del 19 S, da clic aquí:

“S” septiembre (Parte 1)

“S” septiembre (Parte 2)