Tiznados

Miércoles de ceniza, 6 p.m.

Salgo del trabajo con singular paso hacia el metro. Abro Facebook para amenizar la caminata y veo que una amiga ha compartido una nota de que el Popocatépetl ha hecho una exhalación monumental. ¡Ceniza para todos!, dice su comentario. Sigo avanzando y abro un whatsapp de mi papá quien al grupo de la familia le recuerda: “No olviden que hoy es miércoles de ceniza, es decir, de la tiznada”. No hay quien recuerde las efemérides religiosas mejor que él.

Llego a la esquina de San Joaquín y para mi sorpresa, luego de los puestos, veo una inusual aglomeración de algunas personas. Huele a incienso. Hay una mesa con un mantel blanco, un pendón con una lona con una frase en torno al día y luminosidad emanando de un Cristo que te mira con ternura; adelante, un sacerdote con una casulla morada quien solemne le inscribe la ceniza en la frente a los fieles que hacen fila en el atrio del metro.

Esta ciudad no tiene límites, me digo, y descubro que las escaleras eléctricas no funcionan. De bajada como quiera, el problema es la subida, dice una señora a otra a unos escalones de distancia. La app del metro dice que una persona cayó a las vías en la línea 3, así que entiendo la saturación de los vagones. Se suben los vendedores y pienso que tal vez en otras partes de la ciudad aparecerá una comitiva morada que en voz alta ofrezca llevar esa ceniza en la frente, de la del Sagrado Corazón, ceniza calada, ceniza probada, para el primo, el hermano, el abuelo, para que empiece la cuaresma con ese diseño a la última moda, no le cuesta nada. Al menos el incienso ayudaría con el olor de los 27 grados que sienten.

Desciendo de la nave para descubrir que la falla en las escaleras es en toda la naranja, sólo que nada más hay que subir cuatro niveles desde el inframundo en algunas estaciones. Y ahí vamos todos, usando nuestras patitas, quejándonos, jadeando, inspirando el poco oxígeno que la calidad del aire del momento nos permite.

Salgo por fin y aquí no veo ningún sacerdote haciendo la mejor maniobra de marketing que he visto por parte de la Iglesia en años. ¿Que no te da tiempo? ¿Que sales tarde y ya estás cansado cuando llegas a casa? ¿Se te olvidó? Y sin embargo, parece que esta estación está tan lejos de Dios y tan cerca del EdoMex que aquí no vale la pena desgastarse.

Camino hacia mi destino y pienso que el cambio de paradigma está alcanzando hasta las instituciones más rigurosas e inamovibles; que al dudoso nos deja con culpa; que por si fueran pocos la insuficiencia del transporte público y el tráfico, que se paren las escaleras de la línea naranja es la peor penitencia; que en esta ciudad vivimos una cuaresma permanente, un poco por gusto, un poco por necesidad, al estilo de un purgatorio escogido; que el gran Popocatépetl tal vez también fue evangelizado; que las señales divinas ahora llegan hasta el metro y que mi papá puede estar contento porque llevo la ceniza no en la frente, sino en los pulmones.