Reseña de “Mijo tiene un dinosaurio”
Quisiera comenzar el comentario de Mijo tiene un dinosaurio señalando una paradoja en cuanto a las publicaciones infantiles: un libro para niños lo proyectan, lo producen, lo distribuyen y finalmente lo compran los adultos. Aunque el lector último pueda demostrar interés o cierta inclinación a un determinado libro, la decisión final de adquirir o permitir su lectura recae en alguien de una o varias décadas de edad de distancia. De ahí su complejidad al tener que satisfacer a dos públicos con perspectivas tan diferentes y de la gran dificultad de hablar a un pequeño temas tan espinosos de la vida como lo es la interferencia parental tras un difícil proceso de divorcio, al mismo tiempo que no generar rechazo en quien provee y acerca el libro al niño. Por ello, de principio se trata de un esfuerzo conciliador.
Mijo tiene un dinosaurio narra la etapa difícil de la separación de los papás de Mijo. El libro comienza con dos actos simultáneos: la partida del padre y la llegada de Karma, un animalito que llena la ausencia con un odio exterior y ajeno, pero que lo acompaña y no lo dejará jamás. Mijo se enfrenta a la pérdida, a los comentarios ponzoñosos de los familiares, a los personajes sin corazón de los tribunales; y a encuentros limitados con aquél a quien le han puesto la etiqueta de enemigo, peligro o abandono, y quien de las piedras tendrá que recuperar el tiempo perdido, difuminar el rechazo hacia su figura y sanar la relación con su hijo. Finalmente, el reto de Mijo será si no un perdón que no otorga completamente pero con el que aprende a vivir, sí una reconciliación con las figuras del padre y la madre, pues bien apunta Rocío Medrano, autora del prólogo, no se trata de un tema de género.
“Esta puede parecerte una historia muy triste” dice el libro. Y sí, no se trata de un cuento de hadas, sino de una realidad vertida en tonos azules melancólicos y bellas y atinadas ilustraciones de Eric Olivares. Es la experiencia autobiográfica de un autor que se ha vuelto universal a través de la ficción y de la síntesis de tantas circunstancias particulares en un simbólico dinosaurio.
Karma con dos pares de ojos, varios cuernos, colmillos, una cresta puntiaguda y púas se muestra como la cosificación de los sentimientos negativos que provoca el conflicto: odio, resentimiento, dolor, miedo. Tantas puntas y formas de agresividad le sirven para protegerse a sí mismo al tiempo que hacen daño a otros. Su comportamiento también lo refleja: su presencia es visible y sólo afecta a los directamente involucrados en el conflicto (aparece con una correa atada a la mano de la mamá, el papá habla de él a los tribunales, es la como la sombra de Mijo). Opera por las noches debajo de la cama, lo que alude al lugar por excelencia del sueño y apunta al impacto a nivel inconsciente de tener un bicho así acompañándote por siempre. También, devora los medios de comunicación entre el padre y el niño para aislarlos psicológica y físicamente.
Sin embargo, en una de las páginas hay una ilustración magnífica en la que Karma, papá y mamá se ven en el espejo y que muestra la verdadera naturaleza del monstruo. Los progenitores se ven como superhéroes, cada uno desde su perspectiva, en la que forzosamente debe haber un villano. En cambio, Karma proyecta una sombra gris mucho mayor que cubre a los padres quienes sirven de ojos de la bestia que los mira de frente. El dinosaurio se desdobla en papá y mamá, es su verdadero reflejo.
El clímax de la obra, contrario a lo que pudiera creerse, no es una victoria en la que uno pierde y uno gana (porque en un divorcio sólo se pierde), sino la cúspide del amor que es el perdón, la reconciliación; donde el amor implica el reconocer y respetar al otro. Mijo tiene un dinosaurio nos enseña que el verdadero problema no son los abogados, el sistema corrupto y burocrático, los psicólogos o las malas influencias familiares; el conflicto nace en la pareja y termina en la pareja. No hay más que dos culpables y la única víctima es un Mijo o varios Mijos que son usados como moneda de cambio para los intereses de uno u otro progenitor.
Así, el mayor acto de amor no es el procrear un descendiente, sino perdonarse. Pareciera el fin más ideal e irreal al mismo tiempo, pero bien dice la cuarta de forros: “En este cuento, intuimos una puerta hecha de amor, perdón y madurez, lo cual no significa que en la vida real esta puerta exista. Creemos que si logramos que nuestros lectores la puedan imaginar, termine por existir”.
Por otra parte, este libro tiene la ventaja de ser un cuento de público versátil, pues plantea un mismo mensaje traducido en palabras e imágenes que no sólo entiendan niños, sino también adultos. Asimismo, ofrece múltiples lecturas, según el lector y el contexto en el que se aproxime a la publicación. Me explico:
Para el niño alienado que no logra comprender la desaparición repentina de su padre o madre, este libro le brinda esa señal que espera a gritos ahogados de que todo ese discurso de difamación sobre el progenitor que le ha sido borrado, negado, satanizado; está sesgado por un odio ajeno a él.
Para el niño alienado, acompañado por el padre alienador en la lectura, en un ánimo de crear conciencia e inducir en son de paz al acuerdo, busca que el pequeño genere las preguntas adecuadas para cuestionar su situación y fomentar el diálogo con quien lo aísla.
Para el padre alienado desesperado le ofrece el consuelo de la ficción para revivir o reafirmar la esperanza a su lucha.
Para los que no vivimos una situación de este tipo, nos remueve la conciencia, nos pide entender y valorar el conflicto desde una perspectiva humanista; nos suplica no tomar postura y nos mueve a hacer lo que esté en nuestras manos para agilizar el proceso legal, psicológico, familiar, etc. por el que están pasando nuestros seres queridos.
El fin último: despertar la conciencia y poner al niño en el centro del conflicto como ser vulnerable, incentivar el diálogo, mover a la acción. Por ello, este libro más allá de lo didáctico o de la simple trama narrativa, se vuelve un libro objeto. No por sus características físicas, sino porque configura un espacio que se vuelve depositario de amor que se llena con su lectura. Puedo ver a un padre alienado regalar todo su afecto y cariño a su hijo en un inocente libro que si tiene suerte no le será censurado. Puedo ver a los padres compartiendo su lectura con su pequeño al comprender la lucha de la ex pareja y el daño que el mal manejo del conflicto le hace a su hijo o hija. Puedo ver a la familia y amigos cercanos queriendo ayudar con el libro en sus manos. Puedo ver al personal de los tribunales sentir ese amor frustrado y devolverle la motivación y el color a su quehacer diario.
Mijo tiene un dinosaurio es un acto de amor, como todas las acciones que Alfredo ha realizado en torno a su hijo Nicolás, mi primo, a quien extrañamos desde hace cuatro años. Con él, esperamos las familias alienadas, rotas, provocar un cambio en las conciencias y que su inercia si bien no nos reúna, nos haga creer que es posible y trabajar por que la ficción alcance una vez más a la realidad. Gracias y #amoranico.