“S” septiembre (Parte 1)

7 de septiembre

I

Inflo mi colchón (porque eso hacemos las personas que decidimos independizarnos de nuestros papás: rentamos un piso con techo y con el tiempo lo vamos convirtiendo en nuestra casa), me acuesto y apago la luz. Me acomodo y cierro los ojos cuando empiezo a sentir movimiento. No soy yo porque estoy quieta. Crujen las puertas del clóset. ¿C?, digo el nombre de mi roomie esperando esté despierta. Sí, Ana, está temblando, oigo su voz en el cuarto de al lado. Camino a la puerta y ya está ella ahí. Esperamos a ver qué tan fuerte está, ¿no? Silencio. Un jalón. Ok, vamos para afuera. Entro nuevamente, saco mis tenis. Otro jalón. Apuro mi pie a entrar en el zapato cuyas agujetas no he desamarrado.

C ya me espera afuera. Los cables ondean de un lado al otro. Sale la del 1 con su esposo. Creo que nunca lo había visto. Baja corriendo la del 5, quien jadeante se toma el pecho con una mano y dice: “Allá arriba se sintió horrible”. Tras ella, su marido en pants, ese nunca pierde la propiedad ni el glamour. La del 3 lleva tubos y lleva del brazo a su mamá, la famosa viejita que sabemos que existe pero no sale porque no la deja su hija, no le vaya a pasar algo. Mi prima se acaba de ir a guardia, espero esté bien. Todos miramos hacia arriba.

8.1, dice C que lo ha leído en Twitter. Más que el del 85, ¿no? Pues aquí no se ve que haya pasado nada. Bueno, Ana, no sabemos si el centro estará destruido. Silencio. Tiene razón, nunca había pensado esa posibilidad. Supongo que uno canta victoria cuando la libra y su gente también; bajamos la guardia, decimos: “qué suerte” y nos da pena escuchar la tragedia ajena. Silencio.

La señora del 3 ya emprende el camino de vuelta con su mamá. ¿Y si hay réplicas? Ah, no, yo ya no voy a bajar a mi mamá otra vez. Con ella suben los demás. C y yo esperamos un poco hasta que decidimos entrar. Intercambio varios “(¿)¡Estóy (estás) bien!(¿)”  por Whatsapp, me vuelvo a acostar y tardo en dormir.

 

II

Subo al ecobús de mujeres y encuentro asiento; va más vacío de lo normal: se suspendieron las clases, pues al parecer sólo los niños necesitan protección. Aun así, aunque Santa Fe tiene varias universidades, la población mayoritaria es de trabajadores (no por nada es Godilandia). Tal vez a más de uno le descontarán el día, pero su seguridad psicológica es primero. Hubo muchos daños en Oaxaca, dos réplicas que no distinguí y aquí sólo se siente una atmósfera rara, de desvelo y estrés colectivo.

Llego a la oficina y me meto al comedor a calentar el agua para mi avena. Uno por uno van ocupando los lugares de la mesa y contando su experiencia. No digo mucho, pues no hubo pánico ni nada interesante que reportar, pero cuando, inevitablemente, la plática se torna hacia los recuerdos del 85, ahí sí no tengo nada que decir. Yo vi el edificio frente al mío caerse. Las escaleras del mío se partieron en dos. Mi hermano tuvo que sacar a mi mamá cargando. Desde entonces, yo no me la pienso cuando suena la alarma y salgo corriendo, no como los jóvenes de ahora que hasta se ríen en los simulacros. Pues, yo no había nacido, digo con elocuencia terminando mi avena. Y entonces, nos acordamos de que soy la más joven del club de los que llegan temprano y de la empresa.

Lavo mis platos, buen provecho y me voy a mi lugar. Enciendo la compu y mientras reviso mi correo pienso que ya brincamos la profecía de un nuevo terremoto y ahora pasarán otros 30 años para el siguiente, que sólo en situaciones de emergencia uno acaba de conocer a todos sus vecinos, que olvidamos que dormimos y trabajamos en inmuebles también propensos al derrumbe pero nadie se toma el tiempo de revisar, que nos resignamos a sentir una réplica en la comodidad de la cama porque al otro día hay que llegar a las 8 y pues qué flojera bajar otra vez las escaleras, que las generaciones anteriores tienen un trauma con el 85 que no comprendo y que qué chafa es sobrevivir al terremoto más fuerte de la historia de México y no tener una anécdota interesante que contar en el desayuno.

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