Cenicienta urbana

 

Metro Polanco. Área de mujeres. 6:30 pm.

Llego al andén y ya hay un 75% del mismo ocupado por 6 filas de mujeres que llegaron unos minutos antes que yo. Hora pico Godín, pienso, ¿estás segura de que vas a tomar clases de inglés en este horario? Llega el metro. De ninguna manera voy a alcanzar a subir en este. Me hago a un lado, pero, cual contra de arete que es arrastrada por la inercia de la caída del agua en la tarja y es imposible evitar detenerla, la multitud me lleva hacia adentro. Encima, aún hay espacio por llenar. Aprovechemos.

Una vez dentro y que ha bajado la adrenalina de la subida, uno revisa que se encuentre completo: reviso que mi mochila siga con las bolsas cerradas, tiento una de ellas para comprobar que mi celular sigue ahí, mi reloj en la muñeca, amarro mi cabello, la cartera de todas formas era inaccesible. Tras pasar revista, me relajo y me sostengo del tubo más cercano previendo la parada del metro en la siguiente estación, cuando escucho una voz de una chica que está unas 5 personas detrás de mí. ¿Alguien vio un zapato? Extrañada volteo para comprobar lo que escuché, pero apenas puedo moverme. Oigan, se me perdió un zapato, ¿pueden revisar si está debajo de ustedes? Era real, pienso tratando de no reír, al igual que todas las demás. Ay, mija, ¿cómo le digo que ni alcanzo a ver mis pies? Algunas lo intentamos, pero nadie vio nada. Díganle que ahorita que baje todo el mundo en Tacubaya, dice bajito y entre risas una muchacha a mi izquierda. ¿Nadie vio mi zapato? Es azul. No hay respuesta, la adrenalina empieza otra vez: el metro ya está frenando.

Llegamos a la caótica estación, todo el mundo baja. Aprovecho para recuperar mi espacio personal mínimo y me muevo hacia el medio del vagón. Un par de estaciones más y bajo. Mientras subía del inframundo recuerdo ya no haber escuchado nada sobre el zapato. Tal vez sí bajó en Tacubaya, tal vez el apuro por bajar en la estación adecuada para el trasbordo fue más importante.

Unas de las escaleras eléctricas están descompuestas, comienzo a usar mis piernas para regresar a la superficie y pienso que en esta ciudad las zapatillas van en la bolsa; que por instinto de conservación los vestidos fueron sustituidos por pantalón de vestir; que el baile es un trabajo ligeramente mejor pagado en zonas como Polanco o Santa Fe; que el límite son las 6:00 p.m. y hay que salir corriendo para encontrar una vida fuera de los palacios corporativos; que perder un zapato a nadie le importa ni tiene final feliz; que los príncipes se llevan en una conversación abierta de Whatsapp; que el color del metro sea naranja calabaza, no es coincidencia.