Robin Hood Verde

Paradero Santa Fe. Martes. 

Estamos mi compañera del trabajo y yo en la fila de los sentados en el paradero cuando vemos con una sonrisa que llegan 3 ecobuses. Hoy sí nos vamos sentadas. Para el segundo la fila ya se había recortado lo suficiente como para alcanzar asiento, así que subimos muy campantes a tomar los últimos lugares. Quedaba un par de los de atrás y el reservado. Automáticamente lo evité y supuse que ocuparíamos los del fondo, di un paso más allá, pero al ver a un señor sentarse dejé que mi amiga tomara el restante y al ver que ése era el último, me regresé. Detrás iba una chica sobre la cual se abalanzó una señora que creyó libre el asiento hacia el cual me dirigía. ¡Vamos formados, señora!, dijo molesta. Como me molestan las personas que se quieren pasar de listas y de groseras aproveché mis piernas largas para sentarme antes de que ella lo intentara.  

Reparé nuevamente en que era un lugar reservado. No suelo ocuparlos a menos que vaya muy cansada y en cuanto aparece alguien que lo necesite lo cedo. En realidad no había sido un día pesado y me encontraba con bastante energía, sin embargo, sabía que en cuanto me levantara la señora tomaría el lugar y claramente no lo iba a dar aún si subía una mujer embarazada y con trillizos recién nacidos en brazos. Si hay algo que me molesta es que la gente ocupe esos lugares y no los ceda. Y ahí ves a los viejitos parados o a la Mamá Orgullosa sentada en el escalón del autobús. Es algo que no soporto.  

Te mira con odio, dice el mensaje de Whatsapp de mi amiga desde el fondo. Ya sé, está peor que buitre. Pareciera que, además de estar concentrada en echarme todas las malas vibras que poseía,  había leído el mensaje, pues al momento empezó a recargar su bolsa contra mis piernas y con la bolsa sus piernas. Con cada curva de las rotondas iba acercándose más al grado de tener su abdomen prácticamente sobre mi cara. Por supuesto empecé a regresar el gesto con la misma fuerza.  

¡Ya está encima de ti! Ya sé, ahorita que se suba la primera viejita le daré el lugar y verás cómo se enfurece. Dicho y hecho, entra al autobús una mujer de la tercera edad y yo me echo para adelante. Señora, tome asiento. ¿Sí me da permiso? Híjole, yo creo que hasta mal de ojo me cayó porque no la vi, pero sentí todo su odio. Sonreí a la ancianita y me fui hacia el fondo con mi amiga. Cómo te gusta ver el mundo arder, ¿eh? Oh, sí, dije, me siento Robin Hood. Se ríe y yo pienso que no es difícil hallar satisfacción o hasta vocación en el arte de la justicia que tan famoso hizo al ladrón inglés. Más adelante se despide, tomo su lugar y baja del ecobús, al tiempo que me doy cuenta de que la señora ya bajó y no la vi. Abro la ventana y pienso que para el calor de medio día, elegir el vestido verde de punto tal vez no fue la mejor idea y, sin embargo, no pudo ser más adecuado.