De Iztapalapa para el mundo

Primera estación: Jesús es condenado a muerte

¿Te vas a ir a Puebla para Semana Santa? Sí, pero sólo sábado y domingo. ¿Y eso? Voy a ir al Viacrucis de Iztapalapa. Mueca, sorpresa, consejo: pues vete disfrazada. Pantalones rotos, tenis viejos; sin maquillaje, ni aretitos; una identificación y efectivo nada más; ni lleves celular; checa bien antes cómo llegar que va a haber muchas calles cerradas, aunque dicen que hay mucha seguridad. ¿Y vas sola? No, no. Va T conmigo. Con cuidado.

¿Vas a venir a Puebla en Semana Santa? Sí, pero como quiero ir a la Pasión de Cristo en Iztapalapa, llego el sábado temprano. ¿Estás loca? Ya sabes que sí, pero puede salir una muy buena crónica. ¿Por qué siempre andas inventando ir a cosas así, nena? No hay necesidad. Yo creo que vale la pena intentarlo, me parece que se va a poner bueno. Mueca, suspiro, consejo: pues ten mucho cuidado y me mantienes informada. No te expongas por favor. Ve con cuidado.

¡Te quedaste, Ana! Sí, C, quería una crónica de Semana Santa en la CDMX, así que me voy mañana a Iztapalapa. Mueca, sorpresa, consejo: pues que la pases bien y ve con la disposición de aguantar el tumulto; espero que no sea una mala experiencia. ¿Te va a acompañar T, verdad? Sí, sí, tranquila. De hecho fue su idea. Está bien, Ana, cuídate.

Busco en internet la ruta y no está más que la del año pasado. Tal vez quieren evitar que vayan más curiosos. www.semanasantaiztapalapa.com.mxComité Organizador de Semana Santa en Ixtapalapa, A.C. dice en la cabecera antes de Recomendaciones. Clic. Venir alimentados e hidratarse constantemente. Traer una sombrilla, gorra o sombrero para protegerse del sol. Venir con la ropa más cómoda posible. Acudir con lo mínimo de cosas de valor. Si viene con niños no despegarse de ellos. No llegar con vehículos, de preferencia utilice el transporte público. Tener un documento de identificación… Sí, no voy sola, contesto la pregunta que me hace entre líneas el sitio. Con cuidado, les faltó.

 

Segunda estación: Jesús con la cruz a cuestas

No olvides el bloqueador solar, dice mi mamá vía Whatsapp, avísame cuando llegues. Son las 8 am y voy abriendo el ojo. Un último intento: googleo el horario y recorrido y ya hay una guía que subieron hace cuatro horas. Bien gracias. Inicia a las 9 y termina a las 4. Pues, ¿qué lo van a juzgar de verdad?

Metro Iztapalapa. Estación segura, dice un letrero que va sobre las escaleras que dan a la salida. Hay un grupo de güeros en shorts y sandalias que tras sus lentes oscuros vienen a contemplar eso que llamamos cultura, mientras al lado pasa una docena de jóvenes con una hielera de Holanda. Hay que seguirlos, le digo a T. Habrá pensado que porque donde hay gente al rayo del sol, una refrescante paleta helada es una oportunidad de negocio, pero no. Es sólo que el helado siempre es el camino.

Hay una feria al salir del metro y la gente empieza a moverse en dos direcciones. Esta vez eso de seguir a la multitud no sirve. Nos orillamos y busco en Maps del único celular que llevamos ―porque seguimos los consejos a medias―hacia dónde ir. En el Modatelas hacia la derecha y para arriba, nos dice una señora que está en el puesto de atención médica. Yo vengo de allá arriba, todavía hay lugares.

Caminamos hacia allá pero nos detenemos porque hay unas hieleras de Fuze Tea y están regalando el nuevo sabor. Nos formamos y nos dan abiertas unas botellitas pequeñas y frías―para que no las vendan, dice T y tiene sentido― . ¿Es neta? ¿Botellas de vidrio en un evento masivo? ¿En Iztapalapa? Es como armar a todos los asistentes en una de las zonas más peligrosas de la Ciudad. Gracias, Fuze Tea, ahora me siento un poco aterrada.

Doblamos a la derecha y vamos sobre la banqueta delimitada por las vallas. Sobre la calle hay filas de policías de la Delegación y entre ellos hombres descalzos vestidos de morado con una banda blanca que cruza de un hombro a la cadera opuesta amarrada por una cuerda. Llevan una corona de espinas, sobre el hombro una cruz enorme y entre la madera y la piel, una almohadita de colores o de peluche. Creí que sólo se crucificaba a un cristiano, no a medio Iztapalapa.

Cada paso que doy me duele con sólo ver las vendas que “protegen” las plantas de los pies ennegreciéndose. Hay cruces de todos tamaños, pero al hombro todas se ven muy grandes. ¿En función de qué van las dimensiones? O lavan sus pecados o es una manda para pedir alguna gracia. ¿De qué tamaño tiene que ser la cruz si quiero ganar la lotería? Si la fama fuera cuestión de tablas encontradas de forma perpendicular, ¿cuántas celebridades se habrían disfrazado de morado y cubierto su rostro con espinas? ¿A las cuántas idas y venidas al cerro se curan los cánceres o se perdonan infidelidades? ¿Cuánto dura el efecto o la inmunidad de la penitencia? ¿Y si la cruz va tuneada?

Me divierto pensando en las posibilidades cuando un niño llama mi atención. No está ahí para acompañar a su papá en el camino hacia la cima del Cerro de la Estrella. Lleva su propia cruz, pequeñita, pero la suya. Estará pagando los pecados de los padres, el haberle pegado a otro chamaco de la colonia o quiere una bicicleta. Que alguien le diga que para el último están los Reyes Magos, que no sé dónde empieza la convicción y dónde acaba la tradición.

 

Tercera estación: Jesús cae por primera vez

Subimos hasta la punta esquivando espectadores que recargan su cuerpo contra las vallas, familias completas cargando hieleras, cobijas (?) y sombrillas, extranjeros en huaraches con cámaras enormes al cuello. Pasamos por el módulo de atención médica, el de Coca- Cola y algunos puestecillos. Llegamos hasta donde no se puede subir más, pero sí rodear la punta del cerro, donde del otro lado de la cerca se acomodan los policías en fila a los costados de la calle, luego hay otra línea de vallas y frente a nosotros se alzan las tres cruces: una de frente y dos encontradas a los costados; hay un andamio con cámaras y luces, penden unas cuerdas de las barras horizontales de las maderas donde se colocan los brazos de los crucificados. Parece un buen lugar. Caminamos un poco hasta encontrar un pedacito de reja donde sólo hay unas señoras entre el alambre trenzado y nosotros. 2ª fila no está nada mal, pero ya que medimos algunos decímetros más que el promedio, digamos que es como si estuviéramos adelante.  Volteamos hacia abajo, identificamos un lugarcito que tenga más pasto amarillo que piedras y nos sentamos. Nos ponemos bloqueador solar y a los quince minutos ya tenemos calor.

Paletas heladas, grita un señor con una hielera ligeramente inclinada entre las manos, asomando el atractivo colorido de sabores. Intercambiamos miradas mi novio y yo. Se ven grandes, le digo. Justo pensaba que quería un helado, responde. ¿A cuánto, joven? A $10, dos por $15. Una de grosella y una de limón. Desabridas, pero grandes y frescas. Igual tiene que venderlas pronto; habrá de venir de alguna de las últimas casas que vimos en el cerro, no puede invertirle más de media hora a una hielera porque está que cae lumbre. Paletas heladas, grita el señor más abajo.

 

Cuarta estación: Jesús encuentra a su madre María

Del otro lado de la calle enrejada por la que va a pasar la procesión hay otra área de público por la que no vemos manera de entrar más que escogiendo el camino de en medio en la subida, ese cuyo pase de acceso es un par de tablas perpendiculares entre la cabeza y el brazo. O, en su defecto o beneficio, ser acompañante de un penitente. Hasta aquí arriba llegan los imitadores de Cristo y en lugar de doblar en la esquina hacia la entrada a la punta del cerro, avanzan hacia el estacionamiento VIP de las cruces, las cuales se acomodan en batería sobre las vallas. Si no hubiera visto tantas películas, no lo relacionaría con las lanzas y espadas de los guerreros de la primera fila de infantería a punto de iniciar las batallas épicas que funcionan de nudo en las tramas donde ya sabes quién va a ganar. En cambio, los caballos los ocupan los policías para cerrar el paso a los que suben y dirigirlos a la zona privilegiada para cargadores de cruces tangibles, donde los esperan sus familias en su campamento donde han colocado sobre el suelo sarapes, han atado de árbol a árbol lonas y debajo comparten botanas y refrescos.

Quinta estación: Simón el irineo ayuda a Jesús a llevar la cruz

Podemos ver que sobre la viga vertical de las cruces de los ladrones hay un triángulo donde apoyar los pies pero no lo vemos en la principal, así que suponemos que colgaran al Salvador de espaldas hacia nosotros y empezamos a pensar en movernos de lugar. El lugar VIP se ve mejor y ya empieza a llenarse, tal vez dándole la vuelta al cerro podemos entrar por atrás, pensamos creyéndonos muy astutos. Quédate aquí para no perder el lugar y yo voy a ver más adelante qué hay y si se puede subir del otro lado; si vale la pena, regreso por ti. Va. Se para, esquiva a una pareja de señores que está sentada detrás de nosotros y empieza a caminar bordeando la reja. Casi al instante el señor se adelanta para robar el lugar aunque claramente ha escuchado que va a volver. En respuesta y más rápido que él, estiro mis piernas y las abro para cubrir el área ahora despejada. Ja. Si para gandallas uno desarrolla un sexto sentido.

Diez o quince minutos después vuelve a aparecer entre las personas. Pues ya fui hasta lo más que se puede rodear el cerro porque hay una barda y detrás casas. Cada vez había menos gente y al fondo había un grupo de personas. De que me vieron que ya iba hacia allá con cara de explorador se me acercó un señor y me dijo: joven, ¿qué busca? Nada, sólo rodeaba a ver si se podía subir más o llegar al otro lado, pero ya vi que no, dije excusándome. Uno no quiere problemas con los iztapalapeños. Uhhhh no, joven, no se puede dar la vuelta, pero yo lo puedo pasar. ¿Ah, sí? Sí, pero es por mi casa. Ah, ya. ¿´Tons, viene? Sí, sólo déjeme regresar por mi pareja y ya venimos. Y casi que me vine corriendo. No quise decirle que no, porque prácticamente estaba ya solo con ellos. Ufff, qué arriesgado irte a meter a una casa así, le digo. Ajá. Además, seguro te cobra ¿no? Pues no me dijo nada, pero ya dentro de su propiedad, seguro que te sale con algo y si te niegas o no traes la lana ve tú a saber en qué acabe eso. Ajá. Qué miedo.

 

Sexta estación: Verónica limpia el rostro de Jesús

Conformes con nuestro sitio, platicamos de pie para estirar las piernas mientras damos la espalda al escenario natural de la representación de la Pasión y apreciamos el bello horizonte que ofrece Iztapalapa. Al fondo entre gris y nubes se ven unos rascacielos. ¿Eso es Reforma, no? Parece. Y eso grande blanco de allá, ¿será la Central de Abastos? Según yo no estaba tan cerca, pero puede ser. El resto, una plancha de casas color cemento adornadas por uno que otro papalote que vuelan los niños en el cerro. Tomo las envolturas de las paletas heladas y camino hacia abajo para descubrir que no hay ni un bote de basura. Vaya logística, eh.

 

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez

La torre de bocinas enormes como de concierto está frente a nosotros mirando hacia abajo, hacia la gente que sube. Sin embargo, igualmente comenzamos a oír el juicio de Pilato con diálogos e interpretación como de obra de prepa. ¡Justicia, justicia! ¡Que salga el gobernador! Los apóstoles se debaten con los fariseos. La gente sigue subiendo con cruces. Pasan los de los chicharrones. Cruzamos miradas: ahorita que pase uno con papas le compramos, ¿no? La respuesta es obvia. ¿Pero qué está pasando?, me pregunta. Ah, mira, se supone que…

Pedían la sangre justa de Jesús,

pedían que se soltase a Barrabás,

este hombre es justo, en el no encuentro mal,

Poncio Pilato tuvo que confesar

(Léase con ritmo salsero: https://youtu.be/qnaGm2FEVhk)

y saco todo mi conocimiento religioso, mis domingos de años en misa, mis dos veces de catecismo y los sermones familiares; toda mi poblanería, pues. ¡Justicia, justicia! ¡Que salga el gobernador!

Un señor con una caja se acerca a la familia de al lado. Helados de sándwich, dice, aprovechen que están baratos. Deme dos, ¿a $5 cada uno, no? Uno de vainilla y otro de ese blanco que al probarlo no sabe a nada. Volvemos a sentarnos. ¿Qué todo el sabor de Iztapalapa está en la Central?

 

Octava estación: Jesús consuela a las mujeres que lloran por él

Continúa la representación allá abajo donde no vemos, pero escuchamos. Pensaría que nos la estamos perdiendo si no me recordara a la canción de Álvaro Granobles. Igual, llevan una hora y media de juicio porque el tal Poncio parece juez mexicano que agota hasta el último pretexto para salir a lavarse las manos. ¡Justicia! ¡Justicia! ¡Que suelten a Barrabás! Al fin le dan sentencia al pobre hombre y a los que llevamos un rato bajo el sol. Ahora sí va a empezar lo mero bueno aunque ya haya un comité de plañideras comenzando a hacer lo suyo.

Nos paramos pensando ilusos que subirían todos los actores en poco tiempo o que tendrían un elenco en la punta del cerro para ahorrar el tiempo de acomodo y dar mayor cabida a la participación de la gente en la representación de la que, según dicen, es todo un honor ser parte. A cuentagotas ya habían pasado algunos pelotones de soldados romanos que al parecer llegaron tarde al juicio y mejor los mandaron a hacer bulto porque ya están los policías de la Delegación desde bien tempranito. También es notable que se trata de familias que se reunieron los meses anteriores a ver a las señoras coserles y medirles la faldilla roja, los huaraches con cintas a la rodilla, el peto de color variable (dorado, café, negro) que combina con los cascos con un tocado de escoba, estambre rojo y hasta me tocó ver uno con tela de peluche. Sin embargo, el término uniforme aplica únicamente cuando se aprecia de manera aislada estos grupos, porque ya en el cerro acomodados en no-filas parecen de chile, de rajas y de mole. La capa es opcional.

Luego vienen algunos fariseos cubiertos con mantos de colores y sus rostros con barbas postizas. Ellos directo a lo que van, más rapidito que los soldados tan gallardos, total ya les dieron gusto, ¿no?

De su mano van muchachas que parecen ser sus esposas también en la representación. Mantos y vestidos cuadrados holgados de colores vivos con una cuerda a modo de cinturón o trajes como los de las imágenes de las vírgenes las más apegadas a la imagen tradicional; las musas de Hércules con vestidos morados y ajustados debajo del busto; los disfraces de Halloween de egipcia; las telas brillosas de Parisina; los vestidos largos como de XV años sin el armazón de media esfera; los peinados de salón con crepé, churritos, rizos de pinzas; brillitos y cadenitas de las que no llevan manto. Sin duda el gel es un elemento anacrónico a propósito.

Si uno pone atención a los grupos que van pasando puede notar que han replicado muy bien la estratificación social en los personajes de la pastorela. Los atuendos van desde el romano de primera línea de infantería (los carne de cañón, pues, pero sin cañones porque #A.C.) hasta los generales a caballo con motivos dorados, desde las familias descalzas hasta las Cleopatras con su Julio César, desde los fariseos hasta los rebeldes cristianos, desde los pastorcitos hasta los casi Reyes Magos, desde los policías hasta Poncio Pilato. Casi se parece a México, pero no porque #D.C.

 

Novena estación: Jesús cae por tercera vez

¿Cuántos paquetes de galletas Emperador necesitas para un viacrucis? 

Todos los que haya en Iztapalapa.

 

Ahí estábamos de tontos viendo pasar el mismo grupo una y otra vez mientras se iba llenando el cerro. Hasta que decidimos que íbamos a sentarnos. Igual, la gente nos dirá cuándo pase algo interesante; tienen una forma particular de demostrarlo: se ponen de pie, se agolpan contra la reja, murmullo histérico, mandan a los niños a empujar al frente, dejan solos sus campamentos y pertenencias. Es ahí cuando sucede el milagro y pasa un señor vendiendo papas. Increíble que hayan pasado más de dos horas y que él sea el primero. Jamás creí que perteneciera a un nicho de mercado entre semejante multitud (que no es tanta como dicen en la tele o es que se reparten en el cerro). La tercera caída es inminente: con botanera y mucho limón, por favor.

 

Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras

Ahora viene la prensa. Un grupo de señores en jeans y camisa o playera, según si traen la cámara o el micrófono. Todos traen cara de fastidio, pero les va a tocar estar a los pies de Cristo escuchando los berridos de María. Al menos no van a tener una reja que encuadre con rombos metálicos lo que sea que quieran retratar.

Escuchamos cerca una voz varonil gritando un discurso y es ahí cuando somos parte del movimiento nervioso antes mencionado. No lleva micrófono y por lo que dice parece Pilato. Sin duda es el romano más airoso de los que han desfilado; corpulento, de alta estatura, con disfraz fino, casco dorado y va a caballo. Qué garganta, lleva enunciando su speech toda la subida y al llegar a la punta va la última frente a la cámara.

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Tras él otro tumulto de romanos vemos que algo en la procesión viene alterando el pasito tun tun: es Barrabás, dice T desde las alturas. Un tipo grande con postura y rostro amenazante empuja a los policías y demás fariseos. Pero no gira hacia el cerro, sino que viene hacia nosotros y se azota contra la reja estremeciéndola. ¡Soy libre! Luego camina hacia el camarógrafo y grita nuevamente. Igual no veremos cómo clavan/amarran al infortunado protagonista pero ya nos espantó Barrabás. Con eso basta.

Luego viene la virgen. De terciopelo negro y tela blanca de encaje porque ya está de luto y con la iconografía medieval de la Dolorosa porque debió sin duda ser lo más cómodo para el desierto del año 33 A.C. Va con paso firme y de prisa. Erguida con un porte que le va bien a la aureola de rayos que adorna su manto. Más bien muestra templanza; una María fuerte que va con la frente en alto a enfrentar la muerte de su hijo. Sería una pena que después se perdiera entre la multitud y únicamente escuchemos sus lloros en el micrófono.

Por otra parte, no podían faltar los party crashers hasta en los viacrucis (¿cuál es el plural de viacrucis? ¿Viacrucises?). Civiles sin más surgen de entre la policía montada para tratar de acceder sin disfraz ni cruz. Los amigos de la Delegación, pienso, muy listos, ¿no? Con lo que no cuentan es que hay una valla que un cadenero abre cuando los actores o todos los anteriores se acercan para dejarlos pasar. Sin embargo, los ciudadanos comunes y corrientes deben enseñar una pulsera para entrar. Cada vez el grupo se hace mayor y los romanos no paran de pasar, de manera que empieza a hacerse una bola de gente que quiere apreciar la ejecución en el backstage. ¡Dejen pasar a los actores! Grita el encargado tratando inútilmente de controlar la masa de empujones que se le viene encima. Los pobres niños pastorcitos descalzos y estos gandallas los van a pisar con tal de colarse. Increíble, dice T, llevan 175 años y todavía no lo pueden hacer bien. Me río y me relajo cuando dejan pasar a los pequeñitos.

 

Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz 

Cricifiquenlo!, crucifíquenlo!, crucifíquenlo!

decían, decían los fariseos;

¡Ya viene, ya viene! Hacia abajo se ve ya la conmoción. Ya no hay nadie en el suelo, todos esperan la aparición del actor principal, cuya cruz ya se asoma por encima de las cabezas de la gente. Finalmente abren filas los policías a caballo y antes que dejen pasar al Salvador, una manada de mirones con chaleco que dice Seguridad de la Delegación Iztapalapa se agolpa contra la reja (del otro lado del cual llevamos cuatro horas bajo el sol esperando) y nos tapa los espacios que hay entre la fila de policías a pie con sus escudos anti-motín porque #México. Estoy segura de que esos que no dejan ver tienen una razón de seguridad más importante que la de los que llevan uniforme de los cuerpos de policía.

Mientras tanto, un joven que bien podría haberse quedado camuflado en el estacionamiento VIP de cruces, recibe azotes que no lo tocan de un guardia que va al lado del STAFF que ayuda al protagonista a cargar la cruz. Yo sé que pesa más de 100 kg, pero ¿qué afán de hacerla tan pesada si no la va a aguantar? ¿Qué no lo podían poner a hacer gimnasio todo el año? Según que llevan meses preparando esto. En todo caso, le hubieran puesto una cruz de unicel y nadie se habría dado cuenta si la arrastra bien.

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El hombre llega a la punta y los presentes lo rodean. Colocan la cruz en el pasto amarillento, hacen los mínimos reclamos a Judas (como si no hubiera suficientes groserías en el léxico mexicano para decirle sus verdades), bla bla bla, María llora, lo empiezan a amarrar a las tablas que viene cargando el pobre desde hace rato. En cambio, detrás de ellos, sin tanto alboroto, han atado de las manos a los actores de los ladrones y del otro lado de las cruces jalan una cuerda que los eleva hasta que colocan los pies en el escalón y luego abren los brazos hacia los lados. Finalmente, levantan la cruz que debía ser la de mayor tamaño con el Cristo amarrado y la recargan sobre la más grande de madera que al parecer está permanente en el cerro. No la empalman, no la suben hasta arriba. Jesús está en la cruz pequeña y quién dice que no fuera así en realidad y nosotros hemos decidido que por su trascendencia en la Historia debe tener la principal. Al final, la cruz de todos los pecados de la humanidad no es taaan grande.

Duodécima estación: Jesús muere en la cruz

Quisieron matar al Cristo
y prefirieron un reo

No obstante el Rey agoniza, el imperio romano ha decidido traerse a todos sus ejércitos para acabar con un hereje. Ahora desfila la caballería: decenas de caballos suben, pasan frente a nosotros y en lugar de cruzar la frontera de la valla, continúan el camino alrededor del cerro y se colocan detrás. ¡Viene una banda!, dice T emocionado y divertido por evidenciar el estereotipo del norteño. Los metales y las percusiones se contonean frente a nosotros para ocupar la parte trasera del cerro, donde se instalan y comienzan a tocar cualquier sinfonía.

De fondo, combinada con las notas desafinadas, se escucha la respiración agitada del crucificado y los lloridos de las mujeres. Intercambian un par de palabras y despedidas Jesús y el ladrón de su derecha. La cosa empieza a acercarse al final y cual el relato bíblico uno se da cuenta de que se ha nublado el cielo porque comienza un aironazo que mece las ramas de los árboles al ritmo del tachún, tachún de la banda. El pobre Cristo ha de estarse congelando, le va a dar gripa después de subir al rayo del sol y después estar semidesnudo en la punta del cerro. ¡Es como en la Biblia!, dice emocionada una señora mayor a mi lado. Es parte del guion, señora, le digo.

La gente guarda silencio y la banda tara tatán. El respirar cambia de ritmo, se acelera y con él todos ansiosos esperamos que apaguen el micrófono para saber que ya expiró. El llanto de María va a hacerse aún más escandaloso. El suspenso aumenta cuando una lanza se asoma sobre los actores principales. Lo pican e imaginamos que sale agua. Ha muerto el Rey de los Judíos y la banda tachún tachún.

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Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de su madre

Cual partido de fútbol en el que al minuto 80 uno se empieza a acercar a la salida, desde donde aprecia los últimos minutos del encuentro, la gente deja su letargo y decide emprender el camino de vuelta, en lo que van bajando al Cristo de la cruz. Nosotros obedecemos a la manada porque después habrá más personas intentando regresar al metro, pensamos como piensan todos. Tomamos la basura y sacamos los suéteres para encontrar al poco rato un puesto de Locatel, uno de Atención médica que regala limones y un camión de la basura con la cajuela abierta y llena de los deshechos de las botanas y bebidas que amenizaron la espera. Además, ya viene el agua, se puede oler en la humedad del ambiente y en el estrés de los asistentes por alcanzar la estación antes de que la lluvia los atrape.

Otra prueba: los que llevaban cruces bajan casi corriendo al grado de que ya no parecen tan pesadas. Se acomodan ahí delante de Modatelas y pienso que va a estar interesante llevarlas a sus casa o ¿dónde las dejan? Definitivamente no las puedes meter al metro, al transporte público ni a un coche compacto. Todos deben tener o una camioneta de carga disponible o un maestro de la madera cercano al Cerro de la Estrella. Marzo es el agosto de los carpinteros de Iztapalapa, claro está.

Del Modatelas para el metro se alza la inconveniente feria con la que topamos al principio y ya habíamos olvidado. Cientos y cientos de personas tienen que cruzar en ambos sentidos por los pasillos de dos metros entre un juego mecánico y el otro, entre la plancha de los hot cakes y el trompo de carne, entre el de la bicicleta y el del diablito con el hielo, entre la carriola y los cables de luz.

 

Decimocuarta estación: Jesús es sepultado

Ya en la entrada del metro nos damos cuenta de que son las 5 p.m. y no hemos comido nada, así que aprovechamos para conocer la Plaza de la Delegación donde descubrimos que hay una tarima donde se ha colocado un escenario que simula rocas y ya se encuentran ahí los actores enterrando a Jesús. Como ya nos sabemos en qué termina la historia y nos morimos de hambre, vamos entre los puestos de siempre de todas las ferias viendo qué comer. Los niños corren sin ir de la mano de los padres, los botes de basura vomitan su contenido, los adolescentes fuman y toman sus gomichelas mientras se tiran albures entre sí. Nos convencen unas crepas rellenas de fruta que prepara un señor que se la vive ninguneando y burlándose de su hija por ser él quien usa la plancha.

Después de verlo todo, como siempre, volvemos al primer lugar que llamó nuestra atención: unas gorditas de chicharrón con queso que dicen estar desde 1980 y pico. En cuanto tomamos asiento en las sillas de plástico que parecen lo más ergonómico, empieza a salirnos el cansancio y nuestro estómago se impacienta. “No son caras, son de calidad” dice un letrero y empiezo a preocuparme por cuánto van a cobrarnos al final. Llega el manjar de los dioses y nos los devoramos. La cuenta por favor. Fueron cuatro gorditas y dos refrescos. $98.00 y me pregunto qué se entiende por barato en Iztapalapa.

 

Decimoquinta estación: Jesús resucita el domingo de pascua

Metro Iztapalapa. Estación segura. Aún conservamos el celular. La lenta velocidad de la línea 12 nunca había sido más conveniente y por suerte había que ir hasta Mixocac. Nos despertó la necesidad de hacer cambio de línea y unos 40 minutos después estábamos en casa tirados en la sala contando nuestras aventuras.

Ahora sí: ¿cómo les fue? ¿qué tal estuvo? ¿se asolearon mucho? ¿sí había 2 millones de personas? ¿Sí fuiste de verdad? ¿Para cuándo la crónica? ¡Cuéntanos! Me duermo temprano y al otro día viajo a Puebla para llegar a dormir más. Al otro día trato de empezar a escribir pero no puedo, descubrí que hay una salsa sobre la pasión de Cristo y no puedo sacármela de la cabeza. Mañana tal vez lo intente. De todas formas el Yisus resucitó hasta el domingo.

(Y dice:)

Que suelten a Barrabás,

pedían los fariseos

Pedían la sangre del justo

escribas y fariseos