FICA 2018 o de cómo subir 2 k en un par de horas

Feria Internacional de las Culturas Amigas. 2 p.m. 27º C.

Como el año pasado, T y yo teníamos apartada en el calendario las fechas de la FICA. (Apenas nos enteramos de que esta celebración a la diversidad cultural lleva haciéndose desde hace una década porque #foráneos). A pesar de todas las contraindicaciones no escritas de todo evento público masivo en la capital, llegamos a la hora de la comida, al área de comida. Sin embargo, esta vez lo tenían mejor organizado: había que hacer una fila interminable a modo de serpentín a lo largo y ancho del recinto, con jóvenes con playeras del IMJUVE que a modo de valla rosa en lugar de las de plástico naranja, controlaban que la gente no se pasara de una fila a otra o dieran la vuelta antes porque #México. Uno tras otro se encontraba todo tipo de especímenes: los chilangos, los turistas (se nos metieron a la fila unos gringos) y los fuereños; los rubios, los pintados, los castaños; los chinos, los lacios y los ondulados; los que veían el letrero del señor “Tu cuerpo pide sexo, tu alma pide a Dios” con sorna, los indiferentes y los que se indignaron; los güeros y los morenos (no vi a ningún afromexicano);  la niña de las trenzas enormes y gordas y mi coleta de 2 cm de diámetro; los chaparros y los altos; los solitarios, las familias, los novios, los amigos, las muchachas que se toman de la mano; los que sudan, los que traen paraguas, los que se ponen como camarones; las de vestido, los de pantalones, la niña del suéter de punto de la mano de su mamá, las viejitas con estampados de flores. Con tanta diversidad, ya no había necesidad de entrar.

Una vez bajo la carpa blanca, el recorrido sigue la forma de “S” y entre cada sección hay un guardia que evita que vayas para atrás. Uh, no, señorita, tiene que salir y volverse a formar. Ves la fila y mejor te conformas con el resto de la cocina del mundo. Primero América: arepas y guisados. Asia: capeados, arroces con verduras. Luego África y Medio Oriente: cordero en diferentes presentaciones, condimentos y aguas de hierbas exóticas. Europa: cervezas, salchichas y postres.

La primera parada fue en Irán con un rollo capeado de queso con sabor dulce ($15 c/u)  y agua de arroces que por alguna extraña razón, tal vez el azafrán, sabía a lichi ($10). La guapísima chica iraní con el jijab se toma una selfie con una mujer y luego mete sus orejas entre la tela, los demás que atienden parece que fueron a la exposición del Zócalo a que les amarraran un trapo en la cabeza a modo de turbante. Después, en Palestina un shawarma  de cordero ($60) que compartimos a mordidas con una fresquísima agua de azahar ($20). ¡A 20, a 20 el pan árabe! ¡Lleve su pan! 20 pesos le vale, 20 pesos le cuesta y pienso que eligieron un vendedor local para tropicalizar sus productos. Esos harbanos

Foto recuperada de: http://www.cdmx.gob.mx/comunicacion/nota/deleitan-el-paladar-en-pabellon-gastronomico-de-fica-2018

En India, una que parecía gordita de chicharrón, pero era de cordero con lechuga y una salsa verde que picaba. Riquísima ($80). En Vietnam, un pho, por recomendación de mi novio. ¿fo?, dice la señora de ojos rasgados que espera que uno sepa cómo pronunciar los elementos de su menú, pero que tampoco entiende muy bien el español. El cebollín le daba un sabor particular al caldito ($50). De postre, una paleta helada de limón con menta yo ($10) y una de mango con cardamomo él ($10).

Europa, dice el chavo de al lado a su novia, ahora sí viene lo mero bueno. Me le quedo mirando con el estómago lleno de comida tan sabrosa y pienso que ojalá lo diga por las cervezas. En un lugar así no hay espacio para eurocentrismos.

El año pasado había unos pastelitos de chocolate exquisitos, pero no recordábamos en qué país de la UE estaban. Entre la multitud vemos a algunos con un helado en cono de pan y decimos al unísono: hay que ir por uno. De pronto damos con el país hit del 2019: Hungría, pero, como todo en esta Ciudad, implica una cola que pasa frente a tres puestos más. Ni modo. Nos acomodamos frente a la infortunada Georgia que además de desconocida, tiene la competencia más fuerte al lado. ¿Dónde está?, curiosea el señor de atrás al señor de barba blanca con acento español que le dice: al sur de Rusia, era parte de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas. ¡La URSS!, enfatiza al ver el rostro en blanco del señor que asiente con un: ah, ya.

Una señora del frente de la fila le pregunta a un muchacho que avanza contento sin despegar los ojos de su cono: ¿cuánto cuesta? $80, pero me dicen que sólo quedan 10 y se encoge de hombros sabiendo que el mensaje le cae en el hígado a los que no vemos tan cerca el mostrador. Ya fue, me dice mi pesimismo. Hay que esperar, igual alcanzamos, me dice T positivo. Cinco minutos después: que quedan 5. Adelante hay una familia. Con que cada uno compre uno ya valió. Se van y sin esperanza pedimos un cono de chocolate. Díganle a los de atrás que es el último. Ya se acabaron. Entonces, con temor miro la fila de rostros que te ven esperanzados con tu cono y les das la noticia fatal. Corre y hay que irnos a una orilla porque esas miradas de odio sólo harán que nos tropecemos y derramemos el líquido congelado en el piso. Por pura gula, nos comemos el pan que empieza a llenar nuestros estómagos después de tanta cosa que le metimos. Una señora se me acerca y me pregunta que dónde lo compré y yo le contesto triunfante: en Hungría, pero no me va a creer que fue el último.

Último pasillo: ahí estaba el pastelito de chocolate de Suiza, sin embargo ya estamos llenísimos. Mejor salimos a tomar agua y sentarnos a pasar el mal del puerco a las mesitas de afuera. De ahí al Zócalo a ver los puestecillos a contracorriente del hormiguero que viene hacia nosotros. Hacemos cuentas pero mejor no las hacemos. El año pasado apenas probamos algunas cosillas porque no teníamos dinero y esa experiencia nos hizo ver a ésta como una valiosa inversión.

Este año los stands se encuentran en una disposición más tradicional a manera de modulitos con los países por continente. Incluso me pareció más pequeña y con menos artículos a la venta. América siempre es una fiesta. Motivos coloridos y estampados estrafalarios en la ropa africana. Hay gente que se toma fotos con los nativos de dicho continente, como si fueran piezas rarísimas de humano que se exhiben cual museo. ¿Si yo voy a Ghana alguien va a tomarse una foto conmigo?

Foto recuperada de: http://www.cdmx.gob.mx/comunicacion/nota/fica-2018-abre-en-el-zocalo-tradicion-y-gastronomia-de-86-paises

Maquillaje, bisutería y tatuajes de henna con tu nombre en árabe en Medio Oriente. No es casualidad que sean varones los que en los pasillos dibujan trazos bellísimos pero temporales. Las señoras se enfilan con el joven de barba corta y ojos miel, el guapo, pues. Yo me acerco al de al lado que tiene menos gente, le doy $20 y extiendo mi brazo. Ana Verde. Levanta la mirada y me ve fijamente. ¿Verde? Sí, sí, Ana Verde. ¡Verde! ¿En español o en árabe? Árabe, claro. (Si bien sé escribirlo en español). Bueno, verde en árabe es ´akhdir. (Supongo que cambia si se trata de un nombre propio, pero igual me gusta). Sólo que no toque tu ropa en 15 minutos. El hombre toma mi muñeca y comienza a escribir caracteres sin sentido para mí hasta que remata el garabato con un corazón, símbolo que atraviesa todas las barreras culturales, al parecer. Ana Verde, sonríe y yo pienso que bien saben su negocio.

Asia y sus olores a incienso, sus formas en punta y esos rostros tan serenos. Allá está Corea, la buena; la mala la acabamos de pasar, dice otro muchacho a su pareja. Ni con FICAS permanentes vamos a lograrlo, me lamento.

Por su parte, Europa del Oeste y América del Norte se pintan bastante aburridas por no mostrar más allá de los lugares comunes de sus culturas que ya bien conocemos. Playeras de turista con símbolos patrios, paisajes, alguna artesanía. Sin duda lo exótico está del otro lado, aunque las chicas blanquísimas del norte hacen contrapeso a los morenos de Egipto.

Al igual que el año pasado, no compramos nada. Todo se nos fue en la comida. Tal vez el próximo año estaremos mejor de dinero y ya me compre unos zapatos africanos. Sí, dice T, pero hay que venir aquí primero y luego vamos a la parte de la gastronomía o nos acabaremos todo de nuevo. Nos encaminamos al metro sobre la 5 de mayo para evitar el tráfico peatonal de Madero y la situación no es muy diferente. Encima un gran número de personas llevamos el antebrazo extendido, lo que reduce el espacio para transitar, pero que el ahora llevar nuestro nombre chueco en árabe es un elemento más que nos une a las amigas culturas mexicanas que coexistimos en la Gran Tenochtitlan.