“S” septiembre (Parte 2)

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19 de septiembre

 

I

Alarma. Camino por el pasillo, bajo las escaleras, paso por los torniquetes que están abiertos. Lo único que verdaderamente me preocupa, le digo a mi compañero, es atravesar esa fachada de cristal que un arquitecto decidió que se vería muy cool, pero que cuando te dicen “aléjate de los cristales” en los sismos, se ve bastante peligrosa. Perdemos 40 minutos afuera en la que supuestamente los “brigadistas” revisan el edificio, volvemos a las oficinas y pienso que ojalá así fuera de fácil entrar y salir del bendito edificio.

 

II

Entro a la sala de juntas con el chavo de esta universidad reconocida con la que tenemos un proyecto eterno que, después de llevar meses detenido, ahora promete volver a arrancar. Nos sentamos en la sala de juntas, empezamos a conocernos, cinco minutos después dejamos de hablar y nos miramos muy serios. Hay que irnos de aquí, le digo al tiempo que tomo mi libreta y salgo hacia mi lugar por mi celular y de ahí a la recepción de la oficina. Él sin conocer el edificio, bien ha sabido seguir a la multitud porque dudo que haya visto los letreros de salida de emergencia. Al cruzar la puerta entre él y yo cae una lámpara del techo que esquivo pensando que qué bueno que estamos en el primer piso. Aunque la urgencia de llegar a la zona de seguridad aumenta conforme el suelo se mueve, bajo el ritmo de mis pasos al bajar las escaleras. Ahora creo que esas barreras de cristal no debieran existir para no regular el flujo del pánico y, al mirar hacia arriba, veo la fachada con pavor. Corro apenas unos metros, pero no grito y no empujo, aunque por dentro sólo espero el crujido para saberme sepultada entre los cristales cool.

 

III

Afuera el agua de la fuente se agita y todos tomamos el lugar en la fila que nos corresponde. No hay señal, como de costumbre. El chavo se ha colocado a mi lado, (claro, soy la única con la que ha interactuado en Santa Fe durante 5 minutos) y recuerdo su existencia con alivio, pues mi instinto de supervivencia olvidó la cortesía del buen anfitrión. En Twitter dice que se cayó un edificio en la Roma, exclama sin despegar sus ojos de su celular. Yo logro contactar a mi novio y a algunos familiares. Falta mi mamá. Mis amigos de Puebla me escriben y este chico me tranquiliza diciendo que va a preguntar a su familia poblana cómo están las cosas porque ya sabemos que ahí fue el epicentro. Mi mamá contesta cuando la red vuelve del todo y ya casi hay una comitiva de rescate. Debí cargar el celular por la mañana, pero la corredera antes de la junta siempre hace que uno olvide lo más trivial y ahora básico. Nos vamos todos a casa, que haremos home office en lo que sabemos qué onda, que estemos pendientes. En grupos pequeños entramos al edificio a sacar nuestras pertenencias y por dentro se añora la aburrida cotidianidad del inmueble que ahora presenta grietas en el cubo de las escaleras (¿cómo no las vi dibujarse al bajar?).

 

IV

Ana, nos vamos a Tacubaya, ¿vienes? Y yo alcanzo al grupo de señoras de la editorial. Cual película optimista, en la esquina para un pesero vacío que abordamos de pie y lo dejamos nos lleve a vuelta de rueda hasta su base. En el camino vemos a gente caminar al mismo ritmo y en igual dirección que el camión, con el teléfono y algunas desafortunadas con tacones en la mano. Adentro, los que tienen datos intercambian mensajes o están en redes sociales. Una chica y yo alcanzamos a ver un edificio en llamas en la pantalla del celular de un señor sentado e intercambiamos miradas a la par que aguantamos la respiración.

Paso por tu hermano y luego voy por ti hasta Santa Fe, dice mi papá por Whatsapp. No, está imposible (aún más de lo normal), aprovecho para bajar a Tacubaya para que ya no subas. Allá nos vemos, sobre Periférico. 10%: entra el ahorro de batería extremo.

Suerte, chicas, me bajo en el puente. Camino un poco, subo la escalera y al ver los cuatro carriles de la vía rápida pienso que jamás vamos a encontrarnos. Me coloco hacia la parte más visible, en la bifurcación hacia la terminal del metro y espero sin esperanza cuando un coche gris me echa las luces. Si yo viera esta una película diría: qué jalada.

 

V

Hay una fuga de gas en Álvaro Obregón, ya se dirigen hacia allá las unidades de emergencia. Un edificio se acaba de derrumbar en Viaducto y Nuevo León, creo que mi tío vive por ahí. En una escuela en Tláhuac hay niños atrapados. Hay que despejar las vías de transporte para que se trasladen las ambulancias, protección civil y los bomberos.

Nosotros llevamos tres horas en Periférico a vuelta de rueda y nariz con nariz. Ojalá pudiéramos ya estar en casa y dejar moverse a los que saben salvar a los demás. Se prende el foco de la gasolina y pienso que no valoramos lo suficiente la energía. Faltan 3 kilómetros para la siguiente de Pemex y en el mapa que al fin alcanza a cargar dice que estamos entrando a la Álvaro Obregón. ¿Y si esperamos a otra gasolinera? Una chava en un Newbeetle nos pega como si eso la hiciera avanzar más rápido los dos metros que tiene ahora de ventaja. Sería una pena que no pudiera huir, sino hasta media hora después.

El sonido de las sirenas me pone nerviosa desde que el paramédico del curso de primeros auxilios nos dijo que la Ciudad de México sólo cuenta con 24 ambulancias oficiales, pero en esos niveles de emergencia sólo me da ansiedad e impotencia: atrás de nosotros se escucha un camión de bomberos. De pronto, sucede lo imposible. Cual video de ciudad japonesa, los autos de la lateral se abren de en medio hacia los lados y abren paso al vehículo que pasa a capa de pintura entre ellos y da la vuelta hacia la delegación afectada ahora por los incendios. Los coches vuelven a su lugar en el tráfico y yo impactada pienso que aún #HayEsperanza

 

VI

Llegamos a mi departamento porque el de mi papá se siente raro en el piso. Vaya circunstancias para conocer el nuevo hogar de la primera hija independizada hacía apenas un trimestre y buen momento para descubrir en pared de tablaroca una cuarteadura de ambos lados, pero por suerte nada más. Con Wi-Fi y luz, los afortunados vimos en Youtube los videos más espeluznantes en los que los edificios jugaban a desaparecer en el chasquido de los dedos de la corrupción. Cada vez que sonaba la alerta sísmica en uno de ellos, alguien gritaba en pánico: ¡Otra vez está sonando! ¡Hay que salir! Esa noche mi prima estaba en Puebla y C se fue a apoyar a las brigadas de rescate. Nosotros dormimos hasta que el cansancio superó al miedo a las réplicas y la impotencia de replegarse en lugar de ir a ayudar en lo que fuera con nuestra inexperiencia.

Espera las siguientes partes…

Foto de Presidencia de la República, recuperada de: https://www.flickr.com/photos/presidenciamx/37162973346/