Orgullo mexicano (Parte 2)
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II
El camino al Ángel parecía más corto de lo que fue. 20 minutos a pie, decía Google Maps, cuya ruta aparecía marcada una línea de colores sobre Reforma y luego Madero. Ya había comenzado la Marcha.
El Zócalo comenzó a vaciarse hacia su arteria principal peatonal y las playeras verdes invadieron la ya transitada vía de acceso. Mejor por 16 de septiembre y estaba igual. Tras pasar Bellas Artes y cruza el barrio chino, decidí regresar con la multitud, pues se oía un gran escándalo. Cual desfile por ambas banquetas se dirigía la comitiva hacia el caballito, con trompetas, porras, pelucas, banderas sobre la espalda atadas del cuello. Al frente iba un par de varones que de pronto volteaban a dirigir las porras, de pronto se acercaban a los coches y éstos automáticamente coreaban el ta-ta-tatatá con el claxon.
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III
Ya en Reforma el verde comenzaba a volverse arcoíris. Ya vienen los del partido y también los de la Marcha, esto se va a descontrolar, dijo un señor sentado en la parada del metrobús al de al lado. Y sí. El avance se volvió lento y se dirigió a los que festejaban el triunfo de México en fútbol hacia la lateral para dejar en los carriles centrales a los que celebraban la victoria de la diversidad sexual en nuestro país.
Ir en sentido contrario, esquivar drag queens listas en los stands de las marcas que patrocinaban el evento, detenerse a leer las mantas de denuncia por la violencia que vive la comunidad LGBT+, escuchar “¡Hay cadáveres!” y ver personas semidesnudas en el suelo cubiertos con mantas blancas, esperar los carros alegóricos que sólo llevaban a un montón de gente bebiéndose la fiesta sin proponer nada pero aventando condones a la multitud, acompañar a un amigo en su nerviosismo porque su pareja estaba haciéndose la prueba de VIH en el módulo de salud, darte cuenta de que la calle empieza a ser insuficiente y sentir que el Ángel es innecesario porque ahí en la mezcla es donde está la verdadera celebración.
Entonces la imagen de las personas que marchan en Puebla se ve tan pequeña y parece que apenas llega a reunir un ciento de tolerantes, y la de Madrid que aparentaba ser mayor ahora ha quedado atrás, aunque con más libertad y menos ropa. Lo que es seguro es que esta es tan verde como arcoíris y no hay lugar ni cabeza que se le resista.
Cerca de dos horas después de dejar el Zócalo llegué a la emblemática rotonda. Me equivocaba. Ese ir y venir de un lado a otro de la avenida era apenas el inicio de un proceso que culminaba con mexicanos felices por las razones que fueran. La espuma caía sobre los que amaban al prójimo sin importar su orientación o el deporte de su preferencia, Cielito lindo era entonado por cada garganta, el sismo artificial era el de las conciencias ahí reunidas y todos Mé-xi-co ta-ta-tá.