Rebaño

Llego a la base y me coloco al final de la fila de los sentados. Los aspirantes a entrar esperan uno tras otro. La nadiememerece (1) que trabaja en el corporativo de al lado del mío llega más tarde, pero camina a lo largo de la fila hasta que besa a su novio (2) a quien ha mandado a hacer cola desde hace rato o a cruzar la avenida arriesgando el pellejo en lo que ella muy mona cruza en el semáforo ondeando su cabello al caminar.

Hasta adelante, como siempre, está la Mamá Orgullosa (3), una señora de tez blanca y cabello lacio embarazada que a medio camino recibe la llamada de algún familiar que le pasa a su hijo para que le grite con voz plagosa que lo quiere mucho y ya va a la casa a estar con su bebé amado. A su lado, la escuchan atentas decir lo feliz que es de ser mamá una chava de cabello oscuro (4) y la maestra regañona (5), o de eso tiene cara. Es una señora con el cabello relamido y lentes. Ella asiente todo el camino y cuando la deja hablar suele referirse a un instituto. Del otro lado del paradero, al lado del puesto de periódicos espera en la sombrita (nada tonto) el Don de chinos (6).

Comienza a avanzar la fila cuando veo a la señora rubia (7) con la que coincido en horario y ruta hasta mi casa en la fila de los parados. Por rubia me refiero al color pollo que resulta de decolorar su cabello, siempre acomodado en un chongo y fleco con crepé de lado. El Don con paso decidido se cruza entre los camiones y aparece 15 personas delante de mí. Me chocan los chinos tan perfectos del Danny Trejo de Santa Fe. Entro al autobús y la señora rubia ya está ahí. ¿Cómo lo hace? Es de esas vivillas que no importa a qué hora llegue y cuán larga esté la fila siempre se escabulle para aparecer en el camión ya sentada antes que tú subas.

La gente sigue entrando. Huelo el particular perfume del chavorruco (8) canoso que ama el verde fosforescente en cualquier accesorio o prenda de vestir. Trae su maleta de mano (seguro va al gym antes o después de trabajar) y obvio necesita sus enormes lentes oscuros dentro del Ecobús. Por atrás ya va sentada la muchachita morena chaparrita de la limpieza de algún corporativo (9), la manta qui si la pasa platica-qui-platica con su manita (10) con voz de niña. Cerca, sentada va la doñita que tiene un marido bueno porque nunca le ha pegado, sólo la engaña (11). De pie va la chava guapa de Nutrición del ABC con su uniforme fucsia (12). #LordVentana (13) se acomoda a la mitad del autobús y se toma del tubo. Nunca me cansaré de verlo parado.

Me dispongo a pasar cerca de una hora en ese universo pequeñito de enlatado verde con abre-fácil. Conforme el autobús avanza van subiendo los godínez (14^n), las señoras del servicio (15×6), la chinita (16) con sus bebés (17) (18), uno que otro estudiante de las universidades privadas que sólo puede pagar el 1% de la población que concentra el 99% del PIB (19). Salimos de Santa Fe y en la Supervía los usuarios que se comprimen para entrar son ya más bien trabajadores de las obras de los enormes edificios (20^n).

Una vez terminados éstos, los hombres entre 20 y 40 morenos, de jeans y zapatos polvorientos, con la cabeza cubierta por la gorra y la capucha de la sudadera (ambos al mismo tiempo) serán sustituidos por una plantilla de trajeados y entaconadas.

En las Águilas bajan las señoras; en las Torres la nadiememerece con el muchacho, el Don, un cuarto de los Godínez, la doñita cornuda, la mitad de los trabajadores. Ya se puede respirar un poco. La cantidad de oxígeno ahora disponible, el espacio, los 40 minutos que llevamos y esta constante y gastada cuenta de individuos que brincan el escalón para arriba o para abajo va entregándome, parada a parada, a los brazos de un Morfeo que me guía a sus terrenos donde uno puede escapar de los Dioses de asfalto: la rutina, las normas, lo cotidiano.

Despierto. Tomo mi mochila. Bajo y casi escucho los pensamientos de alguien a quien el sueño no ha vencido aún: la alta de ojos grandes, de jeans y mochila negra, que en las mañanas baja por la Ibero; ha de estudiar ahí (21). Y no puedo dejar de pensar en lo equivocado que podría estar y yo también.