Dulceros inteligentes
Amor, me volvió a pasar lo de la otra vez en el camión de camino al trabajo. Estaba parado, en el pasillo, cuando se subieron unos weyes amenazando. ¡Hijos de su puta madre, ya saben cómo es esto! Saquen todas sus pertenencias; queremos todos los celulares, joyas, carteras, etc. Pero esta vez, el vato la agarró fuerte contra mí y yo dije la verdad ¡Ya valió madre! Tenía el celular en la mano. Tú no te me quedes mirando, pendejo, me dijo así bien cabrón. Y yo dije: no ya, ahora sí ya me asaltaron.
Luego de su speech todo amenazante y culero, dice: bueno, pues eso es lo que hacen mis compañeros, pero yo sólo vengo a ofrecerles chocolates. ¡Veeeerga!, dije, no mames. No sé, me agüité, ahorita me siento muy mal. Y sí, los vatos se subieron a vender chocolates.
Van ya dos veces que me pasa, así que creo que se trata de una práctica común aquí el simular un asalto para intimidar a la gente y luego te ofrecen un inofensivo dulce que compras con tal de que no te hagan daño, porque el numerito se lo saben muy bien. No mames. Mucha gente no les compró y los miraban con desprecio. Normal. Yo terminé comprándoles, igual que la vez pasada. Me dio tanto miedo que dije: mejor le doy $10.
Pero bueno, ya estoy llegando a la empresa. Te lo cuento porque esto puede servirte para una crónica, una crónica fea, pero es la verdad. Una denuncia de cómo operan estos weyes, porque es lo único positivo que ahorita puedo sacar de esto. Te amo, mi vida.
Separo la bocina de mi oreja. Esa fue toda la nota de voz. Para sacar algo positivo de esto, repito en mi cabeza y pienso que o los mexicanos somos muy creativos o la violencia ha llegado al punto de hacer marketing del terror para vender chocolates en los peseros una práctica común y eficiente; que no hubo asalto pero aun así el impacto psicológico fue similar; que me siento impotente de no poderle dar un abrazo vía Whatsapp y no saber qué decir porque no hay formulitas definidas para los no-robos, no todavía; que no sé si habría comprado el chocolate a cambio de la mirada Bermúdez, pero lo que es seguro es que abriría Word al llegar a casa para plasmarlo en una crónica y sacármelo de la cabeza, para que valga la pena, para que algo positivo salga de ello. O al menos eso creo o eso creemos; o al menos eso queremos creer.