El trágico caso de #LordVentana

Hoy por la mañana venía en el Ecobús muy contenta por ser el segundo día seguido que pude subir sin esperar 40 minutos en el frío del amanecer o pagar un taxi colectivo porque no hubo manera de entrar al insuficiente transporte a Santa Fe. Llevábamos parados 10 minutos en Las Águilas tratando de bajar a la Supervía cuando empezó la discusión entre dos hombres: un joven que abrió la ventana y un señor de 30-40 años que iba sentado (en el asiento reservado para personas con discapacidad, mujeres embarazadas o con niños en brazos, cabe resaltar), quien cerró la ventana.

Después de correr el vidrio unas cuantas veces, cada vez de manera más brusca, empezaron a sonar los argumentos: que tenemos calor, que el señor estaba enfermo, que era transporte público, que así irían más cómodos los que cuerpo contra cuerpo estábamos parados, que el señor iba sentado y le valía, que se fueran a la verga, que chingara a su madre, que se bajaran, que se iban a madrear. Avanzó el autobús y se calmaron las cosas, hasta que el señor sentado tuvo que bajar y retomaron la pelea, la cual terminó con el grito potente y grave del señor, luego de resaltar su dolor de garganta:

“¡Me estás matando!”.

Yo no sabía si reír o llorar. Quedaba claro el nivel de resentimiento de ambos: uno por ir parado y no sentado; el oro por ir sentado en esta ocasión, nadie le iba a quitar la comodidad de dicho privilegio. Los que iban sentados desviaban la mirada, no se abrió ninguna otra ventana. Los que íbamos parados dejamos morir solo al chavo que peleaba con #LordVentana un poco de refrescante oxígeno. Pensé que esa pequeña escena era un reflejo de lo resentidos que estamos entre nosotros: algunos por tener, muchos por no tener y pocos por tener eventualmente y olvidar tan fácilmente que no tuvieron antes. Yo bajé, por suerte, muy pronto, aguantándome la risa por la última frase del señor y pensando que para mí ya era suficientemente bueno haber podido subir al autobús (pedir lujos como oxígeno y asiento ya era mucho), pero el chico se habrá bajado orgulloso de la pelea, mientras que el señor habrá llegado a su trabajo a escribir 100 veces en la primera hoja que encontró:

“#merezco ir sentado en el transporte público”.